sábado, 4 de febrero de 2012

Financiación local, democracia y los valores de la izquierda.


Hace unas semanas decía Luís García Montero que “hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre; esto no es una crisis, es capitalismo salvaje”. Más allá de su sentido literal, que yo personalmente comparto, es interesante el significado esencial de esta afirmación, que viene a decirnos que, en cierto modo, esta crisis es una gran mentira. El “fenómeno” crisis está siendo utilizado de manera interesada por la derecha y los poderes económicos como causa que explica por qué se producen determinados efectos como la desregulación del mercado de trabajo, el desmantelamiento de los servicios públicos, y en definitiva, la deconstrucción del Estado del Bienestar. Desde este punto de vista, la crisis como causa hace inevitable sus consecuencias, y el impedimento de luchar contra lo inevitable (que es una obviedad) ha generalizado un sentimiento de resignación que permite los ataques más feroces a nuestros servicios públicos sin apenas contestación social.

Es en este sentido de crisis como causa en el que la crisis económica es una gran mentira. La crisis es la excusa y no la causa para acelerar un proceso de desmantelamiento de lo público que comenzó mucho antes de 2008, cuando estalla la burbuja del sistema financiero. En comunidades autónomas como Madrid o Valencia, las tijeras se afilaron en el mismo momento en el que se asumieron las competencias descentralizadas del Estado hace más de diez años. La crisis ha sido un factor que, al explicarse como causa, ha permitido acelerar sin resistencia un proceso planificado y de largo plazo.

En el ámbito municipal, además, se produce una doble injusticia. Por un lado, al igual que en el resto de administraciones, la exigencia de políticas de ajuste presentadas como inevitables a causa de la crisis económica, que suponen una reducción del gasto y de las posibilidades de endeudamiento y que ponen en riesgo los sistemas de protección social y los servicios públicos en todas las escalas de la administración. Y por otro, un nivel de exigencia igual a la hora de aplicar los ajustes que al resto de administraciones, cuando los Ayuntamientos no conviven con las Comunidades Autónomas o el Estado en plano de igualdad. En este caso la injusticia es doble porque no es justo tratar al desigual con igualdad. Es una enorme injusticia exigirle igual al más débil y que por otro lado aporta muchísimo menos a los problemas que son supuestas causas de dichos ajustes.

Al igual que para el resto de políticas regresivas, para los ajustes en las corporaciones locales se presentan una serie de excusas como si fueran causas, que son principalmente dos: la deuda pública y el déficit público. No obstante, las administraciones locales sólo son responsables del 6% del total de deuda pública del Estado, y su déficit es del 0,6%. Por otro lado, del total de gasto de todas las administraciones en España, mientras la administración central gasta el 51% y las Comunidades Autónomas el 36, los municipios apenas gastan el 13, frente al 25% de media en la Unión Europea. Es evidente que se trata de la administración más débil y que menos culpa tiene de la deuda española (que, por otro lado, es inferior a la media europea y muy inferior a la deuda alemana o francesa). Un mismo nivel de exigencia en políticas de ajuste es una enorme injusticia que sólo responde a objetivos ideológicos y de mercado, encaminados al desmantelamiento planificado de nuestro Estado de Bienestar, y que tienen a la deuda y al déficit como excusa pero no como causa real.

Con un nivel de ingresos corrientes tan escaso, debido a nuestro modelo de financiación local (recuérdese que los Ayuntamientos sólo gastan el 13% del total de los recursos), el periodo expansivo de la economía anterior a 2008 escondía las vergüenzas de unas corporaciones locales que no se plantearon en su momento hacer de su financiación un caballo de batalla porque obtenían recursos suficientes por vías extraordinarias como la venta de suelo y el ladrillo. Y con las manos llenas se lanzaron a ampliar servicios para una ciudadanía cada vez más consciente del bienestar que merece, sabiendo además que son la administración más cercana. Es posible que en muchos casos, esta ampliación de servicios se hiciera con una vocación más electoralista que de servicio público, pero lo cierto es que, a día de hoy, tienen ligados miles de empleos, son imprescindibles para miles de usuarios y su desmantelamiento supone el fin de un modelo en el que la administración local tiene margen para definirse en sus políticas públicas. El ahogo de las administraciones locales es un intento planificado de convertir en materia de negocio aquellos espacios que hoy cubre el servicio público, además de suponer la derrota de la política y la democracia precisamente en la administración más cercana, aquella más capaz de implementar fórmulas democráticas más directas y participativas. Ayuntamientos sin recursos para generar políticas públicas se convierten en meras gestoras sin campo para la acción política, y en esta tecnocracia la democracia pierde.

Estamos a punto de ver como hasta un 40% de los Ayuntamientos de la Comunidad de Madrid llegan a situaciones próximas a la suspensión de pagos. En municipios como Parla estamos ya en ese marco. Pero la pelea por lo concreto, por el servicio que cae o la contrata que tiene un problema no puede impedir que incluyamos dichas peleas en una batalla más global y que es la única vía para sacar a las corporaciones locales del agujero: un modelo de financiación local que garantice recursos suficientes y una inyección de liquidez para los ayuntamientos con problemas. Cualquier otra vía va a resultar ineficaz, especialmente en municipios que, como Parla, ya están en quiebra, además de haber quedado demostrado, y Parla también es un ejemplo de ello, que las medidas en forma de parche no sólo no solucionan el problema sino que terminan por deslegitimar a la izquierda cuando las aplica.

Tal y como está el patio, necesitamos a toda la izquierda legitimada, porque la mayoría absoluta de la derecha es una legitimación contra la que hay que competir con otra del mismo valor. En el caso de la izquierda, en este momento, la legitimidad va a estar forzosamente en los valores esenciales, entre los que sin duda alguna está la defensa de los servicios públicos, y que en el ámbito local pasa necesariamente por una financiación suficiente y una inyección de liquidez a los Ayuntamientos en crisis.

Raúl Cordero Núñez
Secretario de Acción Sindical y Juventud
Unión Comarcal Sur de CCOO de Madrid

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