MUJER E INMIGRANTE.
Los contextos de crisis nunca nos fueron favorables. Desde las
primeras conquistas hasta el pantanoso camino en el que estamos sumergidas, el
terreno se nos ha planteado difícil. Es más, identificar esta crisis como un
ciclo económico regresivo socialmente, no es suficiente, puesto que no hemos
cesado de reivindicar aquellas cuestiones que nos pertenecen… Por lo que antes
y necesariamente ahora, seguimos en la lucha.
Nos azota una crisis sistémica que muestra sus contradicciones sociales
y políticas más duras, perpetuando y ahondando en las desigualdades que lo sustentan.
Y aquí es oportuno parar y reflexionar en clave de género y poner sobre la mesa
las reivindicaciones igualitarias en derechos, economía y política porque se
hacen necesarias para la defensa de nuestra propia identidad sin los
estereotipos marcados por las políticas neoliberales que nos subordinan, como
mujeres, a la sobra del hombre.
No nos engañemos, que ello/as vociferen que estamos en plena igualdad no
hace más que ocultarnos, invisibilizarnos y relegarnos a aquel lugar del que no
debimos haber salido, la esfera privada. Porque el reconocimiento de derechos ha
mantenido la diversidad y la diferencia, y si hoy cuestionamos las bases de la
propia ciudadanía, encontramos la exclusión del
resto de identidades, del género, del sexo, de la raza, la lengua y la clase.
Es decir, que este sistema tenga como objetivo la homogenización
social y para ello se apropie de la victoria de la igualdad, es en realidad la
legalización de la desigualdad marcada por la economía de mercado.
Sino ¿Cuál es la explicación de la feminización de la pobreza? La tasa
de ocupación femenina sigue siendo menor que la masculina y además la
desigualdad salarial hace de los trabajos desempeñados por mujeres sean más
precarizados. En el caso de la población inmigrante la situación es más
dramática y no podemos obviarlo, pese a que la urgencia de las medidas sean
otras esta es una cuestión que nos afecta a todas y a todos.
La tasa de desempleo entre las personas inmigrantes es el doble que la
de las/os españolas/os y las disparidades entre hombres extranjeros y mujeres extranjeras
sigue siendo notoria, aunque sin tener datos que verifiquen esta problemática
porque son mano de obra destinada a sectores económicos con múltiples
irregularidades.
Las mujeres inmigrantes en este caso se encuentran en una disposición de
inferioridad.
Por un lado, por la precarización de su trabajo, ya que son sujetos
económicos que contribuyen más a la economía de lo que después perciben, es
decir, que las tareas que realizan no son consideradas como trabajo y que en su
mayor parte está destinado tanto al trabajo doméstico, al mantenimiento de sus
propios hogares y ajenos, como a los trabajos de cuidado, que impiden una
independencia real del sustentador de la familia y cuya regulación es
complicado que sea efectiva.
Por otro lado, como consecuencia sus condiciones precarias otros
destinos laborales están en la hostelería y en la prostitución. Con lo que se
da inestabilidad y desamparo jurídico por la falta de reconocimiento real del
trabajo y de derechos.
La consecuencia inmediata es que por el hecho de ser inmigrante y
mujer es que existe desprotección laboral y jurídica que es permitida y
mantenida en el tiempo. Por ejemplo, que
intenten llevar a cabo la regulación de las empleadas del hogar, recordemos que
es el sector en que las mujeres e
inmigrantes son más numerosas, no es un incentivo para ofrecer la protección y
asistencia laboral necesaria como cualquier trabajo regulado, sino para que
florezca la economía sumergida. Sabemos que las empleadas del hogar y aquellas
que se dedican a los cuidados no son las que más evaden en la economía.
Al igual que ocurre con la prostitución, cuyas trabajadoras, forzadas o
voluntarias, para la industria del sexo se encuentra con múltiples factores de
vulnerabilidad por la falta de protección y servicios asistenciales. Aunque la
problemática que suscita la prostitución nos debería llevar a un debate mucho
más profundo, no deja de ser evidente la exclusión social y la estigmatización
de estas mujeres, sin garantía de una vida digna.
Es una obviedad, están institucionalmente fuera, no tienen derechos
sociales, políticos y civiles lo que hace que aumente la desigualdad entre
hombres y mujeres, también entre la población inmigrante. Como he apuntado, las
inmigrantes se ven destinadas a trabajos precarios con escaso reconocimiento
económico terminando en exclusión y desigualdad.
La integración de estas culturas minoritarias es necesaria si queremos
que su reconocimiento lleve de la mano derechos y garantía de vida. Sin
embargo, debemos cuestionarnos si la integración debe ser mediante los patrones
institucionalizados de la cultura dominante, porque garantiza que predominen la estructura de clases y el
orden de estatus mediante los que continúan las desigualdades jerarquizadas. El mercado es otro
factor predominante en este proceso de integración y como tal, no puede
garantizarse una justicia redistributiva. Lo que conlleva a un reconocimiento
erróneo ya que van a seguir perpetuándose estructuras subordinadas que
demandarán otras necesidades. Por lo tanto, su lucha y reconocimiento, es
también el nuestro.
Nos une la lucha contra el patriarcado común, de ser
visibilizadas y poder actuar. Es imprescindible que la cuestión identitaria se
eleve al debate y sea objeto de reconocimiento como iguales y libres y que
nuestro reconocimiento no sea una reordenación del sistema patriarcal. Es un
esfuerzo por encajar las cuestiones de implementación de justicia social,
libertad y dignidad para las mujeres.
Porque el patriarcado es universal y no existe una
igualdad entre hombres y mujeres. Cada exclusión, maltrato, acoso no es a una
persona individual sino que es parte de una organización de la relación entre
los sexos y que nos atañe a todas y a todos.
Eva Martínez Borrega.
Estudiante de ciencias políticas y la administración pública, coordinadora del área de juventud IU-LV Leganés y miembro de la comisión coordinadora de jóvenes de IU-CM.
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